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Breve Historia del Liberalismo Clásico

Publicado por Ralph Raico en The Dollar Vigilante

Traducido por Francesc Garcia-Gonzalo (original inglés aquí)


“Liberalismo clásico” es como se designa a la ideología que promueve la propiedad privada, una economía de mercado sin trabas, el estado de derecho, garantías constitucionales de libertad de religión y prensa, y la paz internacional basada en el libre comercio. Hasta principios del siglo XX a esta ideología se la llamaba simplemente liberalismo. Sin embargo, hoy en día es necesario añadir el calificativo “clásico” (al menos en los países de habla inglesa, pero no, por ejemplo, en Francia), ya que la palabra liberalismo ha sido asociada a todo tipo de intervenciones que, en nombre de la igualdad, obliteran la propiedad privada y el mercado. Esta versión del liberalismo, si es que queremos llamarlo así, se conoce a veces como liberalismo “social”, o (erróneamente) liberalismo “moderno” o “nuevo”. Aquí hablaremos de liberalismo para referirnos a la variedad clásica.

Aunque sus principios son de carácter universal, el liberalismo debe ser entendido como una doctrina y movimiento surgido de circunstancias culturales e históricas particulares. El liberalismo, tal y como apreció Lord Acton mejor que nadie, nace de la civilización occidental, de la Europa que estaba o había estado en comunión con el Obispo de Roma. En otras palabras, la cuna del liberalismo no fue otra que la sociedad humana que vivió “el milagro europeo” (según la expresión de E. L. Jones). Las circunstancias históricas fueron la confrontación entre, por una parte, los valores e instituciones libres heredados de la Edad Media y, por otra, las pretensiones del estado absolutista de los siglos XVI y XVII.

De la lucha de los holandeses contra el absolutismo de los Austrias españoles surgió un sistema de gobierno con rasgos esencialmente liberales: estado de derecho (incluyendo especialmente una firme adhesión a los derechos de propiedad), tolerancia religiosa real, considerable libertad de expresión, y un gobierno central de poderes severamente limitados. El impresionante éxito del experimento holandés ejerció un “efecto de demostración” sobre el pensamiento social europeo y, gradualmente, sobre su práctica política. Esto fue aún más así en el ejemplo posterior de Inglaterra. A lo largo de la historia del liberalismo se produjo una interacción entre teoría y realidad social: observaciones prácticas estimularon y refinaron la teoría, cuyos desarrollos informaron a su vez nuevas reformas prácticas.

En las luchas constitucionales inglesas del siglo XVII numerosos individuos y grupos mostraron importantes rasgos liberales. Uno de estos grupos destaca por ser el primer partido político liberal reconocible en la historia europea: los Niveladores. Dirigido por John Lilburne y Richard Overton, este movimiento de radicales de clase media exigía libertad de comercio, el fin de los monopolios estatales, separación de Iglesia y Estado, representación popular, y límites estrictos a la autoridad, incluso la parlamentaria. Su énfasis en la propiedad, empezando por que cada individuo es amo de sí mismo, y su hostilidad frente al poder estatal demuestran que la asimilación entre los Niveladores y los Cavadores presocialistas no era más que propaganda enemiga. Aunque fracasaron en su época, los Niveladores se convirtieron en el prototipo de un liberalismo radical de clase media que desde entonces ha caracterizado la política de los pueblos anglosajones. Más tarde ese mismo siglo, John Locke establece la doctrina de los derechos naturales a la vida, libertad y posesiones, a las que llama colectivamente “propiedad”. Esta doctrina será transmitida, a través de los verdaderos Whigs del siglo XVIII, a la generación de la revolución americana.

América se convirtió en una nación liberal modelo y, después de Inglaterra, en el ejemplo de liberalismo para el resto del mundo. Durante buena parte del siglo XIX apenas podía decirse que existía el Estado en muchos ámbitos de la sociedad americana, tal y como notaron asombrados varios observadores europeos. Ideas liberales radicales fueron expresadas y puestas en práctica por grupos tales como los jeffersonianos, jacksonianos, abolicionistas y los antiimperialistas de fines del siglo XIX.

Sin embargo, hasta bien entrado el siglo XX, la teoría liberal más destacable continuó procediendo de Europa. El siglo XVIII fue particularmente rico en este sentido. Un hito importante fue la Ilustración escocesa, cuyos representantes más destacados fueron David Hume, Adam Smith, Adam Ferguson y Dugald Stewart. Estos pensadores desarrollaron un análisis que explicaba “el origen de estructuras sociales complejas sin necesidad de apelar a una inteligencia directora” (según el resumen de Ronald Hamowy).

La teoría escocesa del orden espontáneo fue una contribución crucial para el modelo de una sociedad civil autogenerada y autoregulada, que requiere de la acción del Estado sólo para defenderse contra intrusiones violentas en la esfera protegida de los derechos del individuo. Tal como menciona Dugald Steward en su Memoria biográfica de Adam Smith (1811): “Para llevar a un país desde el barbarismo más bajo hasta la mayor de las riquezas se precisa poco más que paz, impuestos bajos y una tolerable administración de justicia: todo lo demás viene dado por el curso natural de las cosas”. La máxima de los fisiócratas: “laissez-faire, laissez-passer, le monde va de lui-même” (“dejar hacer, dejar pasar, el mundo va por si solo”), sugiere tanto el programa liberal como su filosofía social subyacente. La teoría del orden espontáneo fue elaborada por pensadores liberales posteriores, especialmente Herbert Spencer y Carl Menger en el siglo XIX, y F. A. Hayek y Michael Polanyi en el siglo XX.

Esta concepción liberal central es un foco de debate entre liberales y conservadores Burkeanos (y otros tipos de conservadores cuyas ideas se asemejan al liberalismo en varios aspectos importantes). Mientras que los liberales típicamente esperan que el mercado en su sentido más amplio, es decir la red de intercambios voluntarios, origine un sistema de instituciones y costumbres que garanticen la continuidad de la sociedad, por contra los conservadores insisten en que el soporte indispensable debe ser proporcionado por el Estado más allá de la simple protección de vida, libertad y propiedad, siendo especialmente necesario el apoyo estatal a la religión.

Con la industrialización se abrió un amplio frente de conflicto entre liberalismo y conservadurismo. Las élites conservadoras y sus portavoces, especialmente en Gran Bretaña, a menudo explotaron las circunstancias de la industrialización temprana para manchar la reputación liberal de sus adversarios dentro de la clase media y del Inconformismo anglicano. Con perspectiva histórica, está claro que la revolución industrial fue la solución dada por Europa (y por América) a una explosión poblacional intratable de cualquier otro modo. Ciertos conservadores forjaron una crítica del sistema de mercado alegando que éste es materialista, desalmado y anárquico.

En la medida en que los liberales asociaron conservadurismo con militarismo e imperialismo, surgió otra fuente de conflicto. A pesar de que una rama del liberalismo Whig no se oponía a las guerras con fines liberales (más allá de la autodefensa), y aunque las guerras de unificación nacional constituyeron una gran excepción a la regla, por lo general el liberalismo se asoció con la causa de la paz. El ideal de liberalismo antibélico y antiimperialista fue encarnado por la Escuela de Manchester y sus líderes Richard Cobden y John Bright. Cobden, sobre todo, desarrolló un sofisticado análisis de los motivos y maquinaciones que empujan a los Estados a la guerra. La panacea propuesta por los Manchesteritas fue el libre comercio internacional. Desarrollando estas ideas, Frédéric Bastiat propuso una forma especialmente pura de la doctrina liberal que disfrutó de cierto atractivo en el Continente y, más tarde, en los Estados Unidos.

Los partidarios del liberalismo no siempre fueron consistentes. Este fue el caso cuando recurrieron al Estado para promover sus propios valores. En Francia, por ejemplo, los liberales utilizaron las escuelas e institutos estatales para promover el secularismo bajo el Directorio, y apoyaron legislación anticlerical durante la Tercera República. En la Alemania de Bismarck los liberales encabezaron la Kulturkampf contra la Iglesia Católica. Sin embargo, estos actos pueden ser vistos como traiciones a los principios liberales y de hecho aquellas personas reconocidas como las más consistentes y doctrinales en su liberalismo se abstuvieron de participar en ellos.

La base para una posible reconciliación entre el liberalismo y el conservadurismo antiestatista surgió después de la experiencia de la Revolución Francesa y de Napoleón. Su mayor exponente fue Benjamin Constant, quien puede ser visto como la figura más representativa del liberalismo maduro. Ante la amenaza del poder ilimitado del Estado que manipula las masas democráticas, Constant buscó amortiguadores sociales y aliados ideológicos dondequiera que se encontraran. La fe religiosa, el localismo y las tradiciones voluntarias de los pueblos fueron valoradas como fuentes de resistencia frente al Estado. En la siguiente generación, Alexis de Tocqueville elaboró ​​este enfoque Constantiano, convirtiéndose en el gran analista y enemigo del Estado burocrático omnipresente y expansivo.

En los países anglosajones la hostilidad de los conservadores antiestatistas se ha visto exacerbada por el enorme énfasis dado al papel de Jeremy Bentham y los Radicales Filosóficos (como John Stuart Mill) en la historia del liberalismo. En realidad, en Sobre la libertad (1859), John Suart Mill se desvió de la línea central del pensamiento liberal al contraponer el individuo y su libertad no sólo al Estado sino también a la “sociedad”. Mientras que el liberalismo de, por ejemplo, Wilhelm von Humboldt y Benjamin Constant vio las asociaciones voluntarias intermedias como el resultado natural de la acción individual y como barreras deseables frente a la expansión del Estado, Mill se propuso despojar al individuo de cualquier conexión con tradiciones sociales generadas espontáneamente o con cualquier autoridad libremente aceptada, como ejemplifica su afirmación, en Sobre la libertad, de que el Jesuíta es un “esclavo” de su Orden.

Es el estado socialista al que el liberalismo clásico se ha opuesto con mayor vigor. El Austríaco-Americano Ludwig von Mises, por ejemplo, demostró la imposibilidad de la planificación central racional. Prolífico durante más de cincuenta años, Mises reafirmó la filosofía social liberal después de su eclipse de varias décadas; se convirtió en el representante más reconocido de la ideología liberal en el siglo XX. Uno de los muchos estudiantes sobre los que Mises ejerció una fuerte influencia fue Murray N. Rothbard, quien fusionó la teoría económica austríaca con la doctrina de los derechos naturales para producir una forma de anarquismo individualista, el también llamado “anarcocapitalismo”. Al ampliar el ámbito de la sociedad civil hasta el punto de extinguir el Estado, la visión de Rothbard emerge como el caso límite del liberalismo verdadero.

El liberalismo clásico es a menudo contrastado con un nuevo liberalismo social, que supuestamente se desarrolló a partir de la variedad clásica alrededor de 1900. Pero el liberalismo social se desvía fundamentalmente de su homónimo clásico desde su raíz teórica, ya que niega la capacidad autoreguladora de la sociedad: el Estado es llamado a corregir desequilibrios sociales de formas cada vez más ramificadas. El pretexto de que se intenta preservar el fin de la libertad individual, modificando sólo los medios, les suena vacío a los liberales clásicos, ya que lo mismo podría decirse de casi cualquier variedad de socialismo. De hecho, el liberalismo social apenas se distingue, teórica y prácticamente, del socialismo revisionista. Por otra parte, cabe argumentar que esta escuela de pensamiento no se desarrolló a partir del liberalismo clásico en torno al cambio de siglo (cuando, por ejemplo, se dice que se descubrió la presunta fraudulencia de la libertad de contratación en el mercado laboral). El liberalismo social existía en toda regla al menos desde la época de Sismondi, y elementos del mismo (asistencialismo) pueden encontrarse incluso en grandes autores liberales clásicos como Condorcet y Thomas Paine.

Con el final del proyecto socialista-clásico (comunista), liberales clásicos y conservadores antiestatistas pueden coincidir en que es el liberalismo social contemporáneo el que se erige hoy como el gran enemigo de la sociedad civil. La preocupación política de los liberales clásicos es, por necesidad, oponerse a la corriente que arrastra el mundo actual hacia lo que Macaulay llamaba “el Estado devóralo-todo”: la pesadilla que perseguía a Burke no menos que a Constant, Tocqueville y Herbert Spencer. A medida que las viejas disputas se quedan cada vez más obsoletas, los liberales y los conservadores antiestatistas quizá descubran que tienen más en común que lo que sus antepasados ​​nunca llegaron a entender.


Ralph RaicoRalph Raico es Profesor Emérito de Historia Europea en la Buffalo State College y miembro sénior del Instituto Mises. Es especialista en la historia de la libertad, la tradición liberal en Europa, y la relación entre la guerra y el surgimiento del Estado. Es el autor de El lugar de la religión en la filosofía liberal de Constant, Tocqueville y Lord Acton.

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